http://www.cotizalia.com/apuntes-enerconomia/tierra-nadie-20100309.html
Elinor Ostrom, la coganadora del último Premio Nobel de Economía, ha marcado dos hitos: ser la primera mujer en recibir el prestigioso premio; y haber sido galardonada por ir en contra de saberes establecidos. Esos que dicen que las propiedades comunales son siempre malamente administradas, con lo que deben ser reguladas por las autoridades o privatizadas. Ha basado sus afirmaciones en estudios sobre el terreno, nada de sesudas extravagancias teóricas irreales. Investigaciones acerca de cómo son o han sido gestionadas tradicionalmente determinadas pesquerías y bosques, plantaciones y pastos, lagos o acuíferos que han beneficiado y enriquecido a sus habitantes, durante generaciones, sin agotar los recursos.
Muestra cómo a lo largo y ancho de este mundo, desde Valencia a Nepal, pasando por Turquía, determinadas comunidades que autogestionan sus recursos son capaces de desarrollar útiles y sofisticados mecanismos de toma de decisiones y normas adecuadas para resolver los conflictos. Permitiendo que esos escasos recursos puedan renovarse y sean capaces de crear riqueza, ininterrumpidamente, durante generaciones.
Uno de los casos que ha estudiado es el del Tribunal de las Aguas de Valencia, que durante siglos ha sido capaz de gestionar de una manera eficiente ese recurso tan preciado. En esa misma región ahora vergüenza y horror por el urbanismo salvaje que la ha desfigurado. Y que amenaza con hacer desaparecer tan ejemplar institución por falta de parroquianos. Por haber ido hormigonando y destruyendo aquellas antaño fabulosas huertas, inmoladas en el altar de la especulación.
La gestión de la escasez, una ciencia olvidada…
Desde que surgieron las primeras grandes civilizaciones en Asia Menor, hace ya mucho, mucho tiempo, todos sabían que su existencia dependía de la adecuada gestión de los pocos recursos de que disponían, sobre todo las cosechas y el agua. Y de su adaptación al clima. Sobrevivieron durante más tiempo aquellas que establecieron los mecanismos adecuados que permitieron legar a generaciones posteriores un entorno que no habían deteriorado con su actividad presente. Y las que no lo hicieron, fenecieron. Desde la ciudad de Efeso hasta Rapa Nui (la Isla de Pascua).
Todo se empezó a quebrar hace poco más de dos siglos. Cuando descubrimos que bajo nuestros pies había energía barata y abundante: carbón primero, petróleo y gas después. Con lo que cinco mil años de sabiduría y buen hacer se tiraron a la basura. Se volvieron conocimientos obsoletos que nunca más serían necesarios. Había llegado el maná energético eterno. Sólo había que agacharse y cogerlo. A partir de ese momento, la sabia gestión de los recursos naturales se consideró cosa de viejos carcas desfasados que no entendían los tiempos modernos. Y, como dijo la culta ministra acerca de los dineros públicos, la Tierra acabó no siendo de nadie, con lo que todos tenían derecho a saquearla.
… que resucitará cuando la energía fósil empiece a escasear…
Hasta que nos caímos del burro y empezamos a darnos cuenta que la energía fósil era finita. El agua dulce, un bien cada vez más escaso. Descubrimos que la destrucción sistemática de ecosistemas y la acelerada desaparición de especies no nos iban a salir gratis. Y, para terminar de fastidiarla, a todo lo anterior le inoculamos la bicha: el calentamiento global antropogénico, que en todo caso aceleraría el proceso de degradación en marcha. Y al que no se lo creyese le iba a dar igual; no le serviría de excusa para mirar hacia otro lado. Porque a lo largo de la historia el cambio climático ha tumbado, solo y sin ayuda, a más de una civilización que, como la nuestra ahora, se pasó de lista. La diferencia entre ambos cambios climáticos es simplemente una cuestión de tiempo.
…y mientras las alternativas no estén garantizadas.
El reto ahora es conseguir energía abundante por otros métodos, un poco más sofisticados que hacer hoyos. Algo caro y complicado, de momento. Puede que ni siquiera sea posible producirla en las cantidades que las sociedades actuales demandan. Al menos, con la tecnología de hoy, no lo es. ¿Mañana? No lo sabemos. Lo del calentamiento global antropogénico se podría acabar arreglando solo: muerte por inanición. Si una falta de alternativas viables nos hace regresar, por colapso supino, directamente a la Edad Media. No es la primera vez que pasa. Muchas civilizaciones florecientes se derrumbaron en el curso de una o dos generaciones. El problema lo tenemos nosotros, no el planeta. El se regenerará una vez se haya librado de tan dañina especie. Tiene para ello todo el tiempo del mundo. Tiempo que juega en contra nuestra.
Llevamos dos siglos viviendo en un espejismo
La energía y el agua se convertirán otra vez en bienes escasos, como siempre fueron. Con lo que deberíamos plantear nuestra inclusión en la lista de civilizaciones en peligro de extinción, por habernos pasado de rosca. O, como dignos homo sapiens que de momento no somos, podríamos prever el futuro para cubrir tales contingencias.
¿Cómo? Con un poco de humildad. Reconociendo que los últimos doscientos cincuenta años, desde que comenzó la Revolución Industrial, han sido un espejismo pasajero. Que probablemente el futuro se parezca más a los anteriores cincuenta siglos, en los cuales el secreto de la supervivencia estuvo en gestionar sabiamente la escasez. Pensando en los que ocuparían sus mismas tierras después que ellos. En sus propios descendientes.
Aquí nos detenemos. Continuaremos la próxima semana con la disertación. Y en algo concluiremos.
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